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viernes, 2 de noviembre de 2012

Alarmante número de venezolanos padecen de trauma acústico antes de los 18 años por abuso del volumen

Metro de Caracas. 6:30 de la mañana. Cualquier día de la semana. Cualquier vagón. Apenas en un metro cuadrado de espacio, usado eficientemente en virtud del caudaloso flujo de personas en el sistema de transporte subterráneo capitalino, cuatro liceístas llevan audífonos. La música es tan alta que es posible identificar un reguetón de Tito El Bambino, una descarga de guitarra metal, “Give me novacaine” de Green Day y “Fuiste tú”, de Ricardo Arjona, respectivamente.

De tanto en tanto, la escena llama la atención de los usuarios. Algunos cruzan la mirada y entornan las cejas, como diciendo “¡Na'guará!”, entre otras expresiones de asombro, propias del dialecto venezolano, que no deben repetirse en horario supervisado. Un vistazo por el resto del vagón es suficiente para notar que hay más adolescentes, e incluso adultos jóvenes, en la misma onda de aislamiento. En medio del tedio, un caballero de la tercera edad sentencia un pronóstico, en tono de sorna: “¡Pronto tendremos una generación de sordos!”.

Y tal vez, aquella broma no resulta del todo exagerada. El uso de audífonos con alto volumen y la exposición a ciertos ruidos, como la televisión y los videojuegos, ya revela consecuencias. Estudios efectuados por especialistas foniatras, con jóvenes de bachillerato, han identificado indicadores de deficiencia auditiva por el uso prolongado de estos dispositivos electrónicos.

Hace cinco años, uno de tales estudios, efectuado en Caracas, mostró que entre el 15 y el 20% de los adolescentes (12 a 18 años) que decían usar audífonos más de dos horas al día para uso recreativo, manifestaban indicadores incipientes de pérdida auditiva.

“O sea, no tienen todavía una deficiencia auditiva, pero es considerado un elemento precoz, algo que indica el comienzo de un proceso de deterioro de la capacidad auditiva”, explicó el doctor Ramón Hernández, quien participó en la investigación y es coordinador nacional del Subprograma para las Personas con Discapacidad de la Comunicación e integrante de la Sociedad Venezolana de Foniatría.

“Encontramos que en el grupo de jóvenes entre 17 y 18 años se concentraba el mayor número de afectados, y la razón es por el uso acumulado de estos dispositivos, son los que han estado expuestos más tiempo al ruido”, agregó Hernández.

Apenas el año pasado, otro estudio similar se desarrolló con 1.000 bachilleres, de tercero a quinto año, en Puerto La Cruz, estado Anzoátegui, y las cifras resultaron superiores: “Vimos que entre el 20 y el 30% de los jóvenes padecían trauma acústico, una patología ocupacional que suele manifestarse en trabajadores de fábricas, aeropuertos y lugares donde es cotidiana la exposición al ruido con más de 85 y 90 decibeles”, informó la foniatra Egleé Romero, promotora de la investigación.

El fenómeno está presente en todos los estratos socioeconómicos de la población. “Pensábamos que era más característico de las clases más pudientes, pero no. Lo que cambia es el costo del aparato, igual suenan fuerte”, apuntó la especialista.

ABC del trauma acústico

El trauma acústico comprende tres grados. El grado uno es leve y marca el comienzo de un proceso de deterioro. El grado dos implica daño moderado, pero ya es perceptible; la persona tiende a confundir palabras, ejemplo, entiende “cajón” por “balón”. En el grado tres se incluye la discapacidad auditiva o sordera.

En todos los casos, el daño es irreversible porque se traduce en la muerte de células ciliadas, aquellas que están dentro del Caracol, en el oído interno, y hacen posible la audición. “Las células mueren, no se puede corregir eso con medicamentos”, precisó Romero.

Los decibeles constituyen la unidad de medida del sonido. Según el foniatra Ramón Hernández, las normativas internacionales de exposición al ruido establecen que una persona no debería estar expuesta más de ocho horas diarias a un ruido de 85 decibeles, que equivalen más o menos a una conversación en voz alta.

La doctora Egleé Romero asegura que un sonido pegado al oído no debería pasar de 25 decibeles.

El joven promedio que acostumbra usar audífonos suele escuchar música a 130 decibeles, aproximadamente. “La música de un Ipod sale a 136 decibeles, más que el sonido característico de una banda de rock, 125 decibeles, imagínate, y estamos hablando de más o menos tres horas diarias de exposición. Y también escuchan televisión y usan videojuegos a más de 90 decibeles”, detalló la investigadora.

“Generación de sordos”

Ante las evidencias, y frente a la interrogante obligada ¿Qué pasará entonces?, el doctor Ramón Hernández precisa esto: “Lo que va a pasar, yo diría que en 10 años, o tal vez menos, es que vamos a tener un grupo de adultos muy jóvenes afectados por problemas auditivos precoces.

El tiempo en que uno de estos jóvenes podría llegar al daño severo varía de acuerdo con factores individuales, como la frecuencia y el tiempo de exposición al ruido o las condiciones genéticas.

En todo caso, el problema no se limita al uso de audífonos y dispositivos electrónicos, ni a los jóvenes de hoy día. Tres décadas atrás, la Presbiacucia (envejecimiento de la audición) se manifestaba a partir de los 70 años. Ahora, se detecta entre los 40 y 50 años, lo cual es atribuido por los foniatras al cambio de hábitos sociales en general, televisión, música a alto volumen en casa y sitios de recreación.

Para detener este proceso, la respuesta apunta hacia la prevención. La familia, la escuela y los medios de comunicación deben actuar ya. La idea no es dejar de usar los audífonos, sino “bajarle dos” al volumen.

“Lo que suceda dependerá de lo que podamos hacer ahora para educar a la población sobre la comunicación saludable, advertir sobre las consecuencia a largo plazo de esta costumbre, porque como los daños no son percibidos de inmediato, el individuo no le presta atención. Para darse cuenta, debe pasar un tiempo”, reflexiona Hernández.

Ruido para aislarse del ruido

Tres jóvenes consultados acerca del tema coincidieron en afirmar que usan audífonos con alto volumen a manera de aislamiento:

Moisés Pardo, de 17 años, dijo: “Los uso para distraerme de otros sonidos en la calle, el tráfico, los gritos... Estoy consciente de que eso me puede perjudicar, claro. Bajo el volumen cuando no hay tanto ruido en la calle”.

Sarahí Sánchez, de 18 años: “No los uso todos los días. Más que todo cuando quiero estar ida, fuera del planeta, pero la verdad es que el audífono como tal, no el volumen, me molesta en los oídos, y me los quito. (...) Sí, he oído que eso me puede dejar sorda más adelante. A veces bajo el volumen”.

Ambar Torres, 16 años: “Los uso casi todos los días, con el volumen alto si no quiero escuchar a nadie y, si es más relajado, con volumen bajo, suficiente como para escuchar a mi mamá si me llama (risas). Sí, he oído que eso trae problemas, pero no he pensado que me puede pasar a mí. En mi salón hay algunos que no se los quitan nunca, ni para hacer un examen, el profesor tiene que llamarles la atención”.

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